Lo dejo para después. Yo me quedo sentada en el viejo, pero aún fuerte comedor de roble, ese que celosamente guarda los secretos de tres generaciones que han ocupado sus sillas. Estoy acompañada de las fotos de mi familia sobre la consoleta a mis espaldas. La luz del sol se filtra por las persianas entreabiertas. Intentando ignorar la precaria torre de platos sucios que me ofrece el paisaje. Concentro la mirada en el árbol de cacalosúchil que oscurece antes de tiempo el patio. Pero la cocina con insidia me aleja del placer contemplativo, dándome la torre de platos sucios como ofrenda.
Norma Ramos